domingo, 23 de diciembre de 2012

Tilde's Two Cents: La carrera al pesebre.

Tilde's Two Cents: La carrera al pesebre.: Tengo una gran aversión a los pesebres, Nativity scenes, nacimiento o como le quieras llamar. Creo la culpa es de las monjas con las que ...

La carrera al pesebre.


Tengo una gran aversión a los pesebres, Nativity scenes, nacimiento o como le quieras llamar. Creo la culpa es de las monjas con las que me crié.

Tan pronto iniciabas tu educación en el desaparecido Colegio de Las Madres te asignaban un número – el mío el 172 y el de Mami 143. Pero nada más acercarse la Navidad y al momento de montar el inmenso nacimiento, como por arte de magia aparecía el rebaño de ovejas, cada una con una cintita al cuello con el nombre de cada alumna. El propósito, a medida que se acercaba el 25 de diciembre, día a día las ovejitas abandonaban el monte para acercarse al Niño Dios en el pesebre.

Como lo hacían, quien determinaba la hoja de ruta o a que hora movilizaban el rebaño, lo ignoraba. Durante toda mis años de estudiante nunca vi a ninguna religiosa o alguna que otra maestra mover las benditas ovejas.

Yo, calladita, soñaba con acercarme al pesebre por aquello de que mis padres pensaran mi conducta quasi-delictiva mejoraba y les ahorraría el tener que escuchar el – “Tenemos que hablar sobre Tilde”…..

No recuerdo a ninguna ganadora. Asumo todos los años había una oveja-niña que recibía algún tipo de libro religioso o estampita como premio ganador del “5K hasta el Pesebre”.

Si te preguntas como me fue en casi toda una vida en mi camino al pesebre, puedo contarte que en una ocasión vi a la oveja con mi nombre llegar al pueblo de Belén. Imagina mi sorpresa al descubrir había bajado la jalda. 

Me invadió una alegría de los pies a la punta de la cabeza. Sentí había logrado algo aunque no había hecho nada especial o diferente. Pensé había esperanza, tal vez yo podía llegar al pesebre. Poseída por el entusiasmo y fortalecida por la esperanza, llegué a casa para asombrar con la noticia a todos durante la cena.

Al día siguiente y nada más entrar al colegio, corrí al pesebre para cuantificar mi progreso. Para mi sorpresa no solamente no me había acercado al pesebre, ¡estaba de regreso al monte para nunca más en mi vida de estudiante volver a dejar la jalda!

¿Quien me mandó de  vuelta al monte? ¿Quien tronchó mi sueño de ser oveja ganadora? Nunca lo supe. Solo desarrollé una alergia a los pesebres y un amor a mi familia que nunca les molestó que su oveja niña fuera parte de un rebaño de ovejitas negras. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Tilde's Two Cents: Echándolo de menos.

Tilde's Two Cents: Echándolo de menos.: Antes   de la era digital nuestra vida no funcionaba sin Rolodex. No olvido el primero - pequeño, sencillo, muy básico. Tan sol...

Echándolo de menos.


Antes  de la era digital nuestra vida no funcionaba sin Rolodex. No olvido el primero - pequeño, sencillo, muy básico. Tan solo las tarjetitas blancas precedidas por cada letra del alfabeto. Era un gran avance cuando comparado con el “little black book”.

Ahí añadía las tarjetas de presentación de mis clientes, aquellos que marcaron mis primeras experiencias profesionales. Me sentía importante al ver como iba engordando mi primer Rolodex. Mucho más me energizaban aquellas tarjetas que al “filelearlas” certificaban mis éxitos de índole sentimental. Fundamentalmente, cuando me estrenaba como mujer divorciada con la autoestima algo maltrecha por frases como “A ti, ya no te quiero”.

Los progresos profesionales junto a los de novietes me encantaban. Especialmente, al encontrar detrás de cada tarjeta un mensajito "quasi" amoroso que bajo el efecto del alcohol de la noche anterior, no tenías un “recall” muy claro. El Rolodex definitivo era un “upscale” a la caja de fósforos con nombre, teléfono y frases que tirabas en las gavetas. Eran certificaciones bobas que todavía te quedaban cantitos buenos y la noche no había sido desperdiciada.

Con el paso del tiempo el primer Rolodex se quedó pequeño.  Había llegado el momento del primer “upgrade”. Y así fui sustituyendo en varias ocasiones con nuevos y agrandados modelos. Hasta que llegó el día de invertir en la madre de los Rolodex. Lo recuerdo claramente - blanco, con senda tapa y grandes ruedas a los lados. Su capacidad, casi casi ilimitada. Me causaba inmenso placer decir “es jueves o mejor aún, viernes” para  darle vueltas y buscar ligue de weekend. Compartía info con las amigas y disfrutábamos intercambiando comentarios de que candidato valía la pena dar una segunda oportunidad, o cual quedaba sepultado en el olvido de alguna que otra letra del alfabeto rotativo.

Tu éxito social y profesional lo certificaba el tamaño del Rolodex. Te acompañaba de mudanza en mudanza, de casa o de oficina, y lamentabas aquel que no te llamaba o reías al toparte con la tarjeta de aquel “date” absolutamente desastroso. Hasta que un día aterrizó la era digital. Había llegado el progreso.

Inicié con entusiasmo el traspaso de información al primer “address book” electrónico para más tarde descubrir era mucho más fácil grapar tarjetas. En el Rolodex nada se borraba o desaparecía. Era indestructible. Algo que no sucedía ni con las relaciones profesionales ni con las amorosas.

En estos días de organizar closets pre fiestas navideñas, me topé con un dinosaurio. Ahí silencioso y en perfecto estado - aunque lleno de polvo - estaba mi último Rolodex. Cual tesoro desenterrado fui letra por letra encontrado vivos, muertos y otros muchos olvidados. Me vi invadida por multitud de sensaciones que minuto tras minuto me transportaron a tiempos pasados.

Con tristeza realicé que a veces el tiempo pasado es siempre un tiempo mejor como cantaba Karina en “El baúl de los recuerdos”. Tal vez porque mi “address book” digital lamentablemente no guarda para siempre tan preciada información. ¿O no has perdido todos los contactos a muerte electrónica o robo de móvil?

La permanencia del libro de nuestra vida, en aquello de la posteridad, en definitiva le aplica “lo que está escrito, escrito está”. ¡Con tinta! ¿Y el dinosaurio? Ay bendito, enterrado en el zafacón junto a los amores perdidos.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Tilde's Two Cents: Cuando Macondo es imprescindible

Tilde's Two Cents: Cuando Macondo es imprescindible: Si como en el salón la maestra dijera - “levante la mano quien quiera vivir fuera de Puerto Rico” -   mi mano seguiría siendo l...

Cuando Macondo es imprescindible


Si como en el salón la maestra dijera - “levante la mano quien quiera vivir fuera de Puerto Rico” -  mi mano seguiría siendo la primera en alzarse. 

Como buena boricua padezco del mal “detesto ser de Macondo”. Por cierto, soy 8va generación nacida aquí lo que traduce en “no tengo familia en ningúno otro lugar del globo terráqueo".

Recuerdo cada uno de los momentos en los cuales me he imaginado ser inglesa, francesa o italiana, especiamente aquellos en que maldije no tener familia en España para quedarme todas mis vacaciones en épocas de estudiante. Tan reciente como cuando muchos salieron corriendo a invocar a los abuelos para obtener pasaporte de la Unión Europea via España. Yo, clavadita con mi pasaporte azul porque ¿a quien diablos le iba a reclamar lazos sanguíneos?

Y así una vez más certificaba mi 100% DNA de Macondo. ¡Maldita sea! Hasta que con la misma intensidad que recordaba mis reclamos maliciosos hacia la cigüeña por haberme escupido aqui – por agotamiento en alas como Icaro – no pude escapar mi destino.

Macondo – lleno de defectos – siempre me ha arropado en mis idas y regresos con el mismo cariño y afecto, sin dar valor a mis traiciones. No importa si las ausencias han sido cortas o extensas, siempre me recibe como la madre al hijo descarriado. Ni pregunta, ni juzga. Abraza.

Y es que a pesar de los desastres, desde los malditos hoyos que destrozan el tren delantero del carro último modelo hasta olas criminales, hay algo en la luz, olores y sonidos que te aprietan el corazón y sin rencor te dicen “Welcome home”.

Nuestra calidad humana, la capacidad de chismear sin piedad, la frituranga que dispara el colesterol del atleta olímpico, los tapones infernales y las ganserías diarias de los compueblanos, no consiguen borrar la apretadera en el corazón que causa El Top con Verde Luz, o Soñando con Puerto Rico del gran Bobby Capó, mejor aún, los acordes del Jibarito, icono que las nuevas generaciones solo conocen de pasar por la peña de La Pava o por su monumento en la autopista.

Tal vez escriba esto porque llegan los primeros aires navideños y el anhelo de unas almojábanas o un buen cantito de cuerito dominan mis pensamientos y la barriga.  O mientras el mundo entero convulsa por guerras étnicas centenarias o descalabros económicos hasta en la Conchinchina, aqui en Macondo ya estamos de parranda y contando los días para darnos todos los palos del mundo entre amigos y la parentela. ¡“Priceless”!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Tilde's Two Cents: Un cuento de hadas.

Tilde's Two Cents: Un cuento de hadas.: Erase una vez un reino en medio del mar habitado solo por príncipes y princesas. Todos gustaban de ir a fiestas y detestaban perderse a...