domingo, 31 de julio de 2011

La falta de talento. Una bendición.


Visitando en estos días a una querida amiga, la nuestra es desde primer grado, descubrí toca el piano de maravilla.

El monstruo verde me invadió ipso facto. Es que tocar el piano – aunque mal – siempre fue un deseo mío.

Como toda niña bien nacida, mis padres desde temprano iniciaron “mi camino hacia una educación al completo”. Esta incluía equitación, tenis, natación, ballet, flamenco, “poise and charm”, entre otras. Por supuesto, música.

Como había una relación de amistad de familia con las reconocidas pianistas, las hermanas Luz Hutchinson y Cecilia Talavera, obvio era con ellas donde tenía que ir  a “completar” mi educación. En compañía de mi prima Lici, siempre más talentosa en baile y música, nos aceptaron.

Mientras ella progresaba, yo ni pa’ lante, ni pa’ tras. Definitivo, esto del piano no se me daba. Cecilia, con su santa paciencia, trataba semana tras semana y yo no pasaba ni la primera página. Mientras, me enturunaba en que era un asunto de “talento natural”, y que aquello del piano se me iba a dar como por arte de magia. Una tarde, asumo Cecilia ya harta de mi ausencia de talento y falta de disciplina, murmulló como mejor pudo – “Lillian, llévate la nena que estás botando el dinero”.

Humillada, recogí mis bártulos y acepté mi futuro – no tocaría en nightclubs ni en salas sinfónicas. Decidí lo mío sería beber en barras y asistir a conciertos. Y by the way, ¡bastante que me gustan ambos!

Más tarde, mis padres insistieron en darme otra oportunidad – clases de guitarra con Ana María Biascoechea de Del Valle. Aquí tuve un poco más de suerte.  Logró enseñarme  “Allá en el rancho grande” y “Cuando calienta el sol”. ¡Tuve un repertorio! 

Por supuesto, la guitarra terminó decorando una esquina de mi habitación hasta que Mami, aceptando la música no era lo mío, la vendió. ¡Yo, me ofendí!

Pero como de todo lo malo sale algo bueno, gracias a mi falta de talento musical estoy viva. Con lo que me ha gustado la fiesta a través de esta vida mía, las aventuras, lo atrevido y divertido, lo diferente, excitante y “risqué”, estoy convencida que como pianista no me hubiese dedicado a salas sinfónicas. Yo, pianista de night clubs, de barras tipo Las Vegas o mejor, Paris y New York, ambas “by night”. Hubiera acompañado a las Bette Midler de este mundo, compartido con las "Tina Turner" de la vida y sabe Dios, en que roto de perdición hubiese terminado.

Igual con la guitarra. Estaría todavía de andadas por esos mundos, terminando en una terraza en Tailandia o Bali, bebiendo pociones mágicas y siendo “una quedá”. How utterly fantastic! How romantic!

Pero…como Dios no me dió ese talento…a pesar que me he escapado par de veces, sigo viviendo en Macondo y soñando con tocar el piano o la guitarra, cuando calienta el sol…

domingo, 24 de julio de 2011

La mujer más irresponsible del planeta. ¡Maravilloso!


¡No recuerdo la última vez que experimenté una sensación de irresponsabilidad tan sabrosa y que me hiciera sentir tan bien! Usualmente el “feeling” es todo lo contrario – ataque de pánico, vergüenza, recriminación, casi casi flagelarme con la culpa. Creo que se lo debo agradecer al Mediterráneo.

Gracias a la burbuja flotante del Seabourn Legend volví a ser la misma de mi juventud, al menos brevemente. Me explico.

Siempre carecí de asumir responsabilidades….todo lo contrario…mi meta era pasar por la vida disfrutando al máximo y sin tormentos. Bueno, pues menudo bofetón me dió la misma vida porque sin remedio me inundaron las responsabilidades y sin piedad me azotó la pasión de ser competitiva, la adicción a la adrenalina.

Este verano caí presa del azul del Mediterráneo, ese color que solo existe en la costa y archipiélago italiano. Específicamente, ese que navegas  entre los volcanes Etna y Strómboli. Tal vez el rojo sangre de las trinitarias floreciendo a borbotones,  el recuerdo de los films italianos de mi juventud, acompañados del “flashback” de innumerables hits de San Remo, me emborracharon de mente y corazón hasta llevarme a un desmayo existencial….wow….

Deambulaba de isla en isla sin saber día o fecha…los campanarios de las iglesias me recordaban era domingo y una puerta cerrada con letrerito de “estamos de siesta” me ubicaba en día de semana. Un campari con soda en este bar en Lipari, linguine vongole en una fonda perdida entre callejuelas en Salina, o el expreso reconfortante en busca de energía frente a la bahía de Trapani…

Desarrollé multiples personalidades…de momento Anita Eckberg con Marcello en La Dolce Vita, Ingrid Bergman rogándole a Rosellini para Strómboli, igual me transformé en Katherine Hepburn perdiendo su “mule con antifaz” en los brazos de Rossano Brazzi y por supuesto, Sofía Loren cantando “Tu vuò fà l’americani”...literalmente.

Me intoxiqué con los colores de casas colgando de acantilados tan vertiginosos que de tan solo verlos me temblaban las rodillas. Descubrí el arte del aceite de oliva por ende, se ha “jodido” el Betis. La aventura de preparar una pizza con el “pizzero siciliano” en su horno de leña, definitivamente ha eliminado de la faz de la tierra a Dominos, Shirley’s y Pizza Hut.

La sensación de libertad, ausencia de responsabilidad y desconección absoluta de las berries, androids, etc. me hizo absolutamente feliz. Recuperé la capacidad de volar… a donde quiera, cuando quiera, eso de que nada ni nadie puede detenerte. 


Recordé algo importante que había perdido en este camino tortuoso del diario…soy verdaderamente la arquitecta de mi destino.

Le doy las gracias a una burbuja flotante surcando los azules del Mediterráneo italiano en el verano del 2011… Por cierto, ¡súbete! Es mucho mejor que la √espa…