domingo, 25 de noviembre de 2012

Tilde's Two Cents: Cuando Macondo es imprescindible

Tilde's Two Cents: Cuando Macondo es imprescindible: Si como en el salón la maestra dijera - “levante la mano quien quiera vivir fuera de Puerto Rico” -   mi mano seguiría siendo l...

Cuando Macondo es imprescindible


Si como en el salón la maestra dijera - “levante la mano quien quiera vivir fuera de Puerto Rico” -  mi mano seguiría siendo la primera en alzarse. 

Como buena boricua padezco del mal “detesto ser de Macondo”. Por cierto, soy 8va generación nacida aquí lo que traduce en “no tengo familia en ningúno otro lugar del globo terráqueo".

Recuerdo cada uno de los momentos en los cuales me he imaginado ser inglesa, francesa o italiana, especiamente aquellos en que maldije no tener familia en España para quedarme todas mis vacaciones en épocas de estudiante. Tan reciente como cuando muchos salieron corriendo a invocar a los abuelos para obtener pasaporte de la Unión Europea via España. Yo, clavadita con mi pasaporte azul porque ¿a quien diablos le iba a reclamar lazos sanguíneos?

Y así una vez más certificaba mi 100% DNA de Macondo. ¡Maldita sea! Hasta que con la misma intensidad que recordaba mis reclamos maliciosos hacia la cigüeña por haberme escupido aqui – por agotamiento en alas como Icaro – no pude escapar mi destino.

Macondo – lleno de defectos – siempre me ha arropado en mis idas y regresos con el mismo cariño y afecto, sin dar valor a mis traiciones. No importa si las ausencias han sido cortas o extensas, siempre me recibe como la madre al hijo descarriado. Ni pregunta, ni juzga. Abraza.

Y es que a pesar de los desastres, desde los malditos hoyos que destrozan el tren delantero del carro último modelo hasta olas criminales, hay algo en la luz, olores y sonidos que te aprietan el corazón y sin rencor te dicen “Welcome home”.

Nuestra calidad humana, la capacidad de chismear sin piedad, la frituranga que dispara el colesterol del atleta olímpico, los tapones infernales y las ganserías diarias de los compueblanos, no consiguen borrar la apretadera en el corazón que causa El Top con Verde Luz, o Soñando con Puerto Rico del gran Bobby Capó, mejor aún, los acordes del Jibarito, icono que las nuevas generaciones solo conocen de pasar por la peña de La Pava o por su monumento en la autopista.

Tal vez escriba esto porque llegan los primeros aires navideños y el anhelo de unas almojábanas o un buen cantito de cuerito dominan mis pensamientos y la barriga.  O mientras el mundo entero convulsa por guerras étnicas centenarias o descalabros económicos hasta en la Conchinchina, aqui en Macondo ya estamos de parranda y contando los días para darnos todos los palos del mundo entre amigos y la parentela. ¡“Priceless”!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Tilde's Two Cents: Un cuento de hadas.

Tilde's Two Cents: Un cuento de hadas.: Erase una vez un reino en medio del mar habitado solo por príncipes y princesas. Todos gustaban de ir a fiestas y detestaban perderse a...

Un cuento de hadas.


Erase una vez un reino en medio del mar habitado solo por príncipes y princesas. Todos gustaban de ir a fiestas y detestaban perderse alguna aunque de bautizo de muñecas se tratara.

Este reino se llamaba Macondo. Era chiquitito por lo que todos en la corte se conocían. Lo que distinguía a este reino de todos los demás en el mundo mundial, es que no habían lacayos porque todos sus habitantes eran de sangre azul.

Hasta que un día, así de la nada, llegó la primera invasión de los "coítres", nombre dado a una tribu de trepadores, que cual planta tropical que les da el nombre no existía herbicida para liquidarles. Y así, poco a poco y sin que los de sangre azul se dieran cuenta, la tribu de bárbaros hizo su hueco en la sociedad.

Y como yerba mala no muere pronto, los "coítres" perfeccionaron el arte de trepar dominando la estrategia del "+1". Pedían pon a los nobles invitados a los distintos palacios ofreciéndose acompañarles, no sin antes volver a llamarles  para confesar no habían sido invitados. Los de sangre azul, educados y propios, no daban crédito a tal aberración social, eligiendo quedar mudos y haciendo de tripas corazones y con la frente en alto, hacer entrada triunfal de la mano de  un "coítre".

Otros, aprovechaban a las princesas, quienes careciendo de consortes, aceptan el ofrecimiento de aquellos, que intercambiando invitación por hacer de "chevalier servants", les bailaban cual trompos permitiéndoles lucir por el salón sus hermosos numeritos de galas.

Con el pasar del tiempo, los "coítres" pensaron eran dueños de la sociedad en el Reino de Macondo. Hasta que un día los príncipes y las princesas, hartos ya de tanta pretención, se dieron a la tarea de recobrar su reino. 

Uno a uno fueron acabando con los "coítres" trepadores, cafres y pretenciosos que sin vergüenza o reparo abusaron de la generosidad de los habitantes del Reino de Macondo.

Dieron por terminado tan horrible invasión porque en el infierno grande que es este reino pequeño, todos saben quien tiene dinga y quien mandinga. Además,  la rana es y por siempre será rana. Y colorín colorado, este cuento ha terminado.*

* Nota aclaratoria. Es un sueño. La cafrería, los colaos, y los +1 siguen reinando en Macondo. Los príncipes y las princesas aún no salen de su asombro. ¿Conoces algún coítre?


domingo, 11 de noviembre de 2012

Tilde's Two Cents: De venganzas domingueras.

Tilde's Two Cents: De venganzas domingueras.: Esbaratá, pero había que salir. Mi hijo me explicaba “Mami, es un compromiso”. Yo, rabiosa porque la cama me llamaba, le ...

De venganzas domingueras.


Esbaratá, pero había que salir. Mi hijo me explicaba “Mami, es un compromiso”. Yo, rabiosa porque la cama me llamaba, le grité – “Y de dónde sacas eso?”…”De ti”, dijo mientras se alejaba malhumorado.
Es cierto. Todos fuimos criados con el bendito “hay que cumplir”. ¿Quién no recuerda domingos familiares, aburridos pero idóneos para hacer maldades? Uff, yo montones y estos me traen hoy a mi Tía Sylvia.

Titita, como la llamábamos, era una de dos primas de Mami consideradas “jamonas”. Era rigor visitarlas todos los domingos, tipo cinco de la tarde, para tomar chocolate y mallorcas junto a su mamá, la Tia Maguín, y Gladys, su hermana. A mi no me molestaba pues ya era un calvario aceptado, aparte que poseían una biblioteca con revistas internacionales que me mataba.

Pero, yo nunca me sentí querida por Titita. Creo que le recordaba en mi forma de ser a Papi, a quien ella detestaba elegantemente. Yo, mientras, aguantaba como macho que mis otras primas fueran objeto de loas y celebraciones, mientras a mi me ignoraba o mandaba a quitarme del medio, lugar en el que continuamente me ubicaba para joderle la paciencia. Sentía placer cuando, refiriéndose a mi, respiraba con dificultad antes de soltar un “con esta niña tienen que hacer algo”.

Ambas hermanas eran “best dressed”, profesionales exitosas, y entre sus tesoros, resaltaban los misales domingueros, aquellos de páginas de lujoso filos en oro, portada de piel y edición del famoso Padre Ribera. El de Titita verde, el de Titi Gladys, color vino. Para mi eran auténticas joyas guardadas siempre en la misma esquinita de la cómoda del cuarto que compartían.

Yo, aburrida y busconeando en que entretenerme, decidí ese domingo no me marchaba de la casa de “las Bernarda Alba” sin hacer una fechoría de clase infantil. Es así como dió inicio la saga del misal de Ttita.

Sustraído sigilosamente y escondido magistralmente en el carro de Papi, nos regresamos a casa con la barriguita llena gracias al chocolate y mallorcas de la Familia Rivera-Santini.

Con el cuento de “se me quedó algo en el carro”, sustraje el misal y como ladrón en la noche, lo tiré en el zafacón para que durmiera el sueño de los justos.

De camino al colegio al otro día y tempranito en la mañana, miré con inmenso placer como los basureros se llevaban sin saber el “Tesoro de Titita”. Adiós misal de lujo. Misión cumplida. Había vengado cual espadero español el desprecio sufrido de cada domingo de chocolate y mallorcas.

Ya de regreso a casa y durante la cena, surgió el tema de la desaparición del susodicho misal. Por supuesto, mi padre me dió la oportunidad de negar yo había sido la “bandolera” culpable del crimen familiar. Igual que San Pedro, lo negué 3 veces. Este acto valeroso fue seguido por senda pela, nunca olvidada, y aunque machucada y llorosa, me encerré en mi cuarto a saborear una vez más mi hazaña del “Misal de Titita”.

Años más tardes y mientras disfrutábamos de un almuerzo en la Casa Mauleón en mis días de estudiante en Pamplona, entre vino y vino, Papi me preguntó - out of the clear blue sky – “Nena, ¿tu le robaste el misal a Titita?”…..callé por unos minutos por aquello de añadir drama, y dije “Si”.

Confesaba mi crimen infantil sin remordimiento de consciencia y sin nada de propósito de enmienda. Papi me preguntó el por qué lo cual me fue difícíl de contestar. ¿Cómo explicar de adulta una venganza de niña? Solo dije – “No nos quería ni a ti, ni a mi”.

Y en ese preciso momento, brindamos en silencio celebratorio cuajado en la complicidad que acompañó toda mi vida la relación con mi padre.