sábado, 2 de junio de 2012

El precio de la decencia.


¿Quién, como y cuando pone precio a la decencia? ¿Qué es? Cómo la definimos? ¿Cuál es su significado?

Como todo en la vida…depende con el cristal con que se mire o con la vara que usemos para medirla…

En el libro de mi vida – que dicho sea de paso no presume de ser bíblico – es básico. La decencia estriba en que tus acciones ofendan o hieran a los menos posibles. Porque siempre y sin fallar hiere a los más cercanos y castiga a otros via daños colaterales.

Escribía el otro día – tan reciente como esta semana – un carta (electrónica por supuesto ya que somos modernos) a una persona muy querida. Reiteraba mi amor incondicional mientras aprovechaba para tratar de explicar mis posturas.

Como siempre sucede, estábamos tan distantes de un punto de encuentro como los politicos de nuestro país. Entre su juventud y mi madurez reinaba un abismo de diferencia, sin posibilidades de punto de encuentro exceptuando el amor profesado de parte y parte.

Luego de conversar, una vez léida de su parte mi carta, me quedé con lo usual – un solo y triste punto de encuentro dentro de un infinito de desacuerdos.

Mi continuo dolor de cabeza no experimentó respiro. Los sentimientos encontrados – siempre basados en vivencias propias - continúan hoy en el mismo sitio. El apelar al principio yo entiendo como decencia y el de la otra parte, nunca podrán darse un abrazo.

Hay posturas imposibles de cambiar mientras el mundo sea mundo. Las acciones que tu entiendes son equivocadas, encontradas y más aún dañinas, seguirán fundamentadas en tu DNA y el momento cronológico en que cada uno se encuentra.

Mis años y cicatrices para nada armonizan con la lozanía y frescura de un corazón y cerebro que dista de haber escrito muchos capítulos  en su vida. Todavía está en pleno ascenso  mientras la mía, enfila hacia las postrimerías.

El concepto de decencia, integridad, respeto y especialmente, sacrificio cae víctima mortal de la inocencia, ausencia de experiencia y peor, incomprensión absoluta que para ser feliz hay que dejar de pensar en singular, para hacerlo en plural.

La vida certifica una vez más que los errores de juventud no son mito. Tristemente, son realidad.

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