¿Quién,
como y cuando pone precio a la decencia? ¿Qué es? Cómo la definimos? ¿Cuál es
su significado?
Como
todo en la vida…depende con el cristal con que se mire o con la vara que usemos
para medirla…
En el
libro de mi vida – que dicho sea de paso no presume de ser bíblico – es básico.
La decencia estriba en que tus acciones ofendan o hieran a los menos posibles.
Porque siempre y sin fallar hiere a los más cercanos y castiga a otros via daños
colaterales.
Escribía
el otro día – tan reciente como esta semana – un carta (electrónica por
supuesto ya que somos modernos) a una persona muy querida. Reiteraba mi amor incondicional mientras aprovechaba para tratar de explicar mis posturas.
Como
siempre sucede, estábamos tan distantes de un punto de encuentro como los
politicos de nuestro país. Entre su juventud y mi madurez reinaba un abismo de
diferencia, sin posibilidades de punto de encuentro exceptuando el amor
profesado de parte y parte.
Luego
de conversar, una vez léida de su parte mi carta, me quedé con lo usual – un solo y triste punto de encuentro dentro de un infinito de desacuerdos.
Mi
continuo dolor de cabeza no experimentó respiro. Los sentimientos encontrados –
siempre basados en vivencias propias - continúan hoy en el mismo sitio. El apelar
al principio yo entiendo como decencia y el de la otra parte,
nunca podrán darse un abrazo.
Hay posturas imposibles de cambiar mientras el mundo sea mundo. Las acciones que tu
entiendes son equivocadas, encontradas y más aún dañinas, seguirán fundamentadas
en tu DNA y el momento cronológico en que cada uno se encuentra.
Mis
años y cicatrices para nada armonizan con la lozanía y frescura de un corazón y
cerebro que dista de haber escrito muchos capítulos en su vida. Todavía está en pleno ascenso mientras la mía, enfila hacia las
postrimerías.
El
concepto de decencia, integridad, respeto y especialmente, sacrificio cae
víctima mortal de la inocencia, ausencia de experiencia y peor,
incomprensión absoluta que para ser feliz hay que dejar de pensar en singular, para hacerlo en plural.
La
vida certifica una vez más que los errores de juventud no son mito. Tristemente, son realidad.
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