Ignoro si eres como yo que no acabo de aprender a dejar
de cuestionar los designios del Señor, frase que por cierto me suena de lo más
cursi.
Cada vez que miro hacia atrás para analizar sucesos que
mucho o poco han impactado mi vida, descubro que tengo un patrón. Siempre que
enfrento un problema, una situación, esas de naturaleza desagradable o
desastrosa –las buenas jamás son interrogadas – hago lo mismo.
¿Por qué? Así empiezo la autolata o reproches, para luego
seguirlo con el trillado – “Por favor, no cuestiones lo que no tiene
explicación”. O mejor aún, “Las cosas pasan cuando tienen que pasar”. Pero, ahí
estamos, vez tras vez tratando de comprender lo incomprendible, buscando la
respuesta a algo que carece de sentido. Al menos, a niveles de nuestro cerebro.
¿Cuán a menudo nos flagelamos dándole vueltas al mismo
tema? ¿Cuántas veces le buscamos
las cuatro patas al gato? ¿O recreamos la escena del “crimen” una y otra vez?
Siempre la respuesta la encontramos con el paso del tiempo. Entendemos es así siempre pero no falla, la paciencia para poder esperar que los acontecimientos tengan
sentido se tarda un montón. No acabamos de aprender que los muñequitos van apareciendo cuando lo
tienen que hacer y así poder tener toda la película.
Es lección de vida que no queremos aprender o no podemos aprender. Los años y
la experiencia nos dan la clase bien a menudo pero guiados por las pasiones,
nos cegamos imposibilitándonos así de ver todo claro. Luego nos sorprendemos cuando un amigo lo puede ver bien fácilmente, o tu mismo cuando no es a ti a quien toca de cerca.
Queremos todo a la soltá, ahora mismo, o como dice mi amigo
Néstor – “rapidito.com”. Si total, al final la verdad siempre prevalece. Todo
se sabe.
Definitivamente, no es paciencia lo que hay que tener, es fe. Créeme, no hay otra
manera porque de lo contrario, se nos vuela la tapa del seso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario