Si como en el salón la
maestra dijera - “levante la mano quien quiera vivir fuera de Puerto Rico”
- mi mano seguiría siendo la primera en
alzarse.
Como buena boricua padezco del mal “detesto ser de Macondo”. Por cierto, soy 8va generación nacida aquí lo que traduce en “no tengo familia en ningúno otro lugar del globo terráqueo".
Como buena boricua padezco del mal “detesto ser de Macondo”. Por cierto, soy 8va generación nacida aquí lo que traduce en “no tengo familia en ningúno otro lugar del globo terráqueo".
Recuerdo cada uno de los momentos en los cuales me he imaginado ser inglesa, francesa o italiana, especiamente aquellos en que maldije no tener familia en España para quedarme todas mis vacaciones en épocas de estudiante. Tan reciente como cuando muchos salieron corriendo a invocar a los abuelos para obtener pasaporte de la Unión Europea via España. Yo, clavadita con mi pasaporte azul porque ¿a quien diablos le iba a reclamar lazos sanguíneos?
Y así una vez más certificaba mi
100% DNA de Macondo. ¡Maldita sea! Hasta que con la misma intensidad que
recordaba mis reclamos maliciosos hacia la cigüeña por haberme escupido aqui –
por agotamiento en alas como Icaro – no pude escapar mi destino.
Macondo – lleno de defectos –
siempre me ha arropado en mis idas y regresos con el mismo cariño y afecto, sin dar valor a mis traiciones. No importa si las ausencias han sido cortas o
extensas, siempre me recibe como la madre al hijo descarriado. Ni pregunta, ni
juzga. Abraza.
Y es que a pesar de los
desastres, desde los malditos hoyos que destrozan el tren delantero del carro
último modelo hasta olas criminales, hay algo en la luz, olores y sonidos que
te aprietan el corazón y sin rencor te dicen “Welcome home”.
Nuestra calidad humana, la
capacidad de chismear sin piedad, la frituranga que dispara el colesterol del
atleta olímpico, los tapones infernales y las ganserías diarias de los
compueblanos, no consiguen borrar la apretadera en el corazón que causa El Top con Verde
Luz, o Soñando con Puerto Rico del gran Bobby Capó, mejor aún, los acordes del Jibarito, icono que
las nuevas generaciones solo conocen de pasar por la peña de La Pava o por su
monumento en la autopista.
Tal vez escriba esto porque llegan los primeros aires navideños y el anhelo de unas almojábanas o un
buen cantito de cuerito dominan mis pensamientos y la barriga. O mientras el mundo entero convulsa
por guerras étnicas centenarias o descalabros económicos hasta en la Conchinchina,
aqui en Macondo ya estamos de parranda y contando los días para darnos
todos los palos del mundo entre amigos y la parentela. ¡“Priceless”!
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