domingo, 2 de diciembre de 2012

Echándolo de menos.


Antes  de la era digital nuestra vida no funcionaba sin Rolodex. No olvido el primero - pequeño, sencillo, muy básico. Tan solo las tarjetitas blancas precedidas por cada letra del alfabeto. Era un gran avance cuando comparado con el “little black book”.

Ahí añadía las tarjetas de presentación de mis clientes, aquellos que marcaron mis primeras experiencias profesionales. Me sentía importante al ver como iba engordando mi primer Rolodex. Mucho más me energizaban aquellas tarjetas que al “filelearlas” certificaban mis éxitos de índole sentimental. Fundamentalmente, cuando me estrenaba como mujer divorciada con la autoestima algo maltrecha por frases como “A ti, ya no te quiero”.

Los progresos profesionales junto a los de novietes me encantaban. Especialmente, al encontrar detrás de cada tarjeta un mensajito "quasi" amoroso que bajo el efecto del alcohol de la noche anterior, no tenías un “recall” muy claro. El Rolodex definitivo era un “upscale” a la caja de fósforos con nombre, teléfono y frases que tirabas en las gavetas. Eran certificaciones bobas que todavía te quedaban cantitos buenos y la noche no había sido desperdiciada.

Con el paso del tiempo el primer Rolodex se quedó pequeño.  Había llegado el momento del primer “upgrade”. Y así fui sustituyendo en varias ocasiones con nuevos y agrandados modelos. Hasta que llegó el día de invertir en la madre de los Rolodex. Lo recuerdo claramente - blanco, con senda tapa y grandes ruedas a los lados. Su capacidad, casi casi ilimitada. Me causaba inmenso placer decir “es jueves o mejor aún, viernes” para  darle vueltas y buscar ligue de weekend. Compartía info con las amigas y disfrutábamos intercambiando comentarios de que candidato valía la pena dar una segunda oportunidad, o cual quedaba sepultado en el olvido de alguna que otra letra del alfabeto rotativo.

Tu éxito social y profesional lo certificaba el tamaño del Rolodex. Te acompañaba de mudanza en mudanza, de casa o de oficina, y lamentabas aquel que no te llamaba o reías al toparte con la tarjeta de aquel “date” absolutamente desastroso. Hasta que un día aterrizó la era digital. Había llegado el progreso.

Inicié con entusiasmo el traspaso de información al primer “address book” electrónico para más tarde descubrir era mucho más fácil grapar tarjetas. En el Rolodex nada se borraba o desaparecía. Era indestructible. Algo que no sucedía ni con las relaciones profesionales ni con las amorosas.

En estos días de organizar closets pre fiestas navideñas, me topé con un dinosaurio. Ahí silencioso y en perfecto estado - aunque lleno de polvo - estaba mi último Rolodex. Cual tesoro desenterrado fui letra por letra encontrado vivos, muertos y otros muchos olvidados. Me vi invadida por multitud de sensaciones que minuto tras minuto me transportaron a tiempos pasados.

Con tristeza realicé que a veces el tiempo pasado es siempre un tiempo mejor como cantaba Karina en “El baúl de los recuerdos”. Tal vez porque mi “address book” digital lamentablemente no guarda para siempre tan preciada información. ¿O no has perdido todos los contactos a muerte electrónica o robo de móvil?

La permanencia del libro de nuestra vida, en aquello de la posteridad, en definitiva le aplica “lo que está escrito, escrito está”. ¡Con tinta! ¿Y el dinosaurio? Ay bendito, enterrado en el zafacón junto a los amores perdidos.

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