Tengo una gran aversión a los pesebres, Nativity scenes,
nacimiento o como le quieras llamar. Creo la culpa es de las monjas con las que
me crié.
Tan pronto iniciabas tu educación en el desaparecido Colegio
de Las Madres te asignaban un número – el mío el 172 y el de Mami 143. Pero
nada más acercarse la Navidad y al momento de montar el inmenso nacimiento,
como por arte de magia aparecía el rebaño de ovejas, cada una con una cintita al cuello con el nombre de cada alumna. El propósito, a medida que se acercaba el 25 de
diciembre, día a día las ovejitas abandonaban el monte para acercarse al Niño
Dios en el pesebre.
Como lo hacían, quien determinaba la hoja de ruta o a que
hora movilizaban el rebaño, lo ignoraba. Durante toda mis años de estudiante
nunca vi a ninguna religiosa o alguna que otra maestra mover las benditas
ovejas.
Yo, calladita, soñaba con acercarme al pesebre por aquello de
que mis padres pensaran mi conducta quasi-delictiva mejoraba y les ahorraría el
tener que escuchar el – “Tenemos que hablar sobre Tilde”…..
No recuerdo a ninguna ganadora. Asumo todos los años había
una oveja-niña que recibía algún tipo de libro religioso o estampita como
premio ganador del “5K hasta el Pesebre”.
Si te preguntas como me fue en casi toda una vida en mi camino
al pesebre, puedo contarte que en una ocasión vi a la oveja con mi nombre
llegar al pueblo de Belén. Imagina mi sorpresa al descubrir había bajado la
jalda.
Me invadió una alegría de los pies a la punta de la cabeza. Sentí había logrado algo aunque no había hecho nada especial o diferente. Pensé había esperanza, tal vez yo podía llegar al pesebre. Poseída por el entusiasmo y fortalecida por la esperanza, llegué a casa para asombrar con la noticia a todos durante la cena.
Me invadió una alegría de los pies a la punta de la cabeza. Sentí había logrado algo aunque no había hecho nada especial o diferente. Pensé había esperanza, tal vez yo podía llegar al pesebre. Poseída por el entusiasmo y fortalecida por la esperanza, llegué a casa para asombrar con la noticia a todos durante la cena.
Al día siguiente y nada más entrar al colegio, corrí al
pesebre para cuantificar mi progreso. Para mi sorpresa no solamente no me había
acercado al pesebre, ¡estaba de regreso al monte para nunca más en mi vida de
estudiante volver a dejar la jalda!
¿Quien me mandó de
vuelta al monte? ¿Quien tronchó mi sueño de ser oveja ganadora? Nunca lo
supe. Solo desarrollé una alergia a los pesebres y un amor a mi familia que
nunca les molestó que su oveja niña fuera parte de un rebaño de ovejitas
negras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario