sábado, 12 de febrero de 2011

Alumna aventajada. Los años, beneficiosos.


Simpática, sencilla, abierta y sin miramientos es como describiría a esta jóven mujer con quien compartía el otro día.

Contaba ella una historia que me puso a pensar. La escena relatada - una reunión de negocios. Le había costado muchísimo trabajo mantener su foco ya que participaba en la misma una mujer que la había desconcertado por su estilo, aparencia impecable.

Observaba, sin remedio, cada detalle. Los zapatos, el color del vestido,  cartera, y muy especialmente, los accesorios. – No gritaba moda. Susurraba chic.

En fin, la chica se las tuvo que bandear para no quedarse muda y evitar hacer el ridículo ante su jefe, hombre al fin, no se daba por enterado.

Las mujeres, pensé ¿para quién nos vestimos? Unas para conquistar hombres, muchas para competir despiadadamente contra otras mujeres, alguna que otra porque se aferra con uñas y dientes al reconocimiento de  “mejor vestida” y muy pocas, el chic y allure les viene de natura.

Decidí analizar “la historia de mi closet." En un momento de mi vida, Mami decía el mío debía ser el más aburrido. Estaba en la etapa monocromática. Me había convertido al credo de crema, negro, blanco. Igual, los zapatos – crema con puntera negra, slingback o pump, con taco o flat, en piel, en satín. Convencida - Coco Chanel aprobaría.

Incluso un buen día y en medio de una reunión, uno de los jefes me pidió dejara el cambieteo de pulseras. Le había molestado el que me tomara en serio el consejo de Coco y cambiara constantemente los accesorios para lograr varios “looks”. En fin, me busqué un buen mangue por emular a un icono cuado estaba rodeada de trogloditas que pensarían “Coco” era coco con acento.

Luego añadí rojo y en accesorios – cuernos. Estos de la especie jabalí, no de los que más tarde, cual tiara, me pondrían. Diana Vreeland había aterrizado en mi vida. Si vestía de negro, añadía un jacket o sweater rojo y collar o pulsera con marfil. Me desbordaba en buen gusto, o al menos así me sentía. Para esta época, sabía mejor que ponerme a cambiar el look a mitad del día. Mi ambiente profesional no eran las oficinas de Vogue. Era el frente portuario, en fin, los muelles.

Los colores invadieron mi closet cuando descubrí Africa. Entendí la frase famosa de la Vreeland - “Navy Blue is Pink of India.” Bueno, algo parecido pero en otro continente. Integré amarillo, turquesa, violeta, rosa, etc.  Sintetizando – le perdí el miedo al color aunque me siga apasionando el negro.

Y ¿de dónde me viene esta pasión por el negro? Bien fácil, de dos frases que me impactaron de adolescente. Leyendo sobre la famosa Gloria Guinness, ella contaba que antes de conventirse en una “Guinness” los vestidos negros, aunque baratos, se veían siempre elegantes. También por Gloria desarrollé la pasión por los zapatos de punta y tacón kitten. ¡Qué impresionables somos durante nuestra adolescencia!

La segunda frase fue “Black is the absence of color.” Al ser un “word person” ésta me tenía que impactar y quedarse para siempre conmigo.

¿Qué saqué de mi análisis de closet? En un momento de mi vida, yo fuí igual que la muchacha al comienzo de esta historia. Me desconcertaban las mujeres elegantes porque, obvio, quería copiarme, aprender, imitar. Le conté, luego de hacer el ridículo, cometer unos cuantos disparates, y ponerme lo menos indicado, espero haber aprendido algo.

En ocasiones, los años te hacen alumna aventajada. La experiencia se convierte en “personal shopper.”  Porque vieja y ridícula, ¡ay que triste!



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