Me encantan los domingos por la mañana. En Ocean Park son
especialmente silenciosos excepto por el ladrido de algún canino marcando
territorio y haciéndose oir, mucho antes que nos asalten las turbas “cafretoides”
en su invasión playera.
El ritual del desayuno sabe diferente, sin prisa ni con Rubén Sánchez en la
radio, y es especialmente atesorado. Es una tranquilidad serena, valga la
redundancia, pero perfecta para describir ese “feeling” que solo logramos una
vez por semana.
La colada de café o la preparación metódica de un buen té
inglés se saborean diferente junto a las tostadas embadurnadas con calma y
diametralmente opuestas a las mánicas de a diario.
Todo marcha en “slow motion”….incluso mis pensamientos. Te
puedes dar el lujo de ver al pajarito que va de rama en rama mientras el gato
del vecino, ese del “realengo kind”, igualmente tiene más tiempo para relamerse
observando su posibilidad gastronómica.
Hasta el periódico lee diferente. Los titulares me producen
menos angustia mientras me doy cuenta soy más tolerante con los editoriales que
a diario me vuelan la tapa de los sesos.
Me causa inmenso placer el análisis despiadado de la
revista de sociales y miro el reloj, para asegurarme no inicio el chismoteo al despertar con una llamada imprudente la ira de un amigo que duerme su rasqueta
de sábado en la noche.
Estos son placeres que a varios les parecerán candidatos al
“Ridiculist de Anderson” pero a mi que me importa, me da igual, es domingo en
la mañana y “we have all the time in the world.”
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