domingo, 17 de abril de 2011

Ni gato por liebre, ni Chinatown.


¿Quién no conoce Chinatown? ¿Esa mole de edificios plagada de gente, olores, colores y sabores al final del gran Manhattan? Todos y por varias razones.

Recuerdo mi primera visita. Niñata y junto a mi familia, un chino socio de papi nos llevaba a cenar con mucho bombo y platillo. Yo, muerta de miedo y muda, miraba los callejones y recobecos que el chofér del susodicho señor manejaba con precisión, siempre pensando “aquí nos matan y nadie nos encuentra”. Una vez llegados al restaurante, jamás pude regresar, me adentré para siempre en el mundo de la gran gastronomía china.

Pero este blog no es sobre cocina china. Es más bien sobre la autenticidad que es lo que menos abunda en Chinatown. Ahí si no te alistas, te venden la copia de tu vida y ni te das cuenta y encima, la pagas. Esto es lo que siempre he detestado del barrio chino.

Soy creyente que mejor una cosa buena y auténtica, que muchas y copias. Esto en buena parte me lleva a la pasión por coleccionar zapatos al punto que como sabes, casi mato al zapatero dominicano por masacrarme unas suelas rojas.

Ayer mi hermano regresaba de Donostia – San Sebastián en vasco – y de regalo me trajo un bolso de Box. ¡Ahhhhh que bien huele y que hermoso es! Ni me atrevo a decir cuántas décadas llevo emocionándome cada vez que estreno uno. La destreza y pasión con la cual los artesanos en Box trabajan la marroquinería, no cesa de enamorarme. Como suelo hacer, lo coloqué al lado de la cama para que al despertarme y verlo empezar el día con una buena sonrisa. Nada, extravagancias mías que me alegran la vida un poquito mucho.

Por igual, iniciaba esta “casi casi Pascua” cenando con una pareja de amigos. Para mí, muy auténticos. Disfrutamos de una noche donde hilando historias descubríamos los “two degrees of separation” que es Puerto Rico. Historias donde realizas que esta isla es un pañuelo y que todavía quedan aquellos que quieren de verdad, que no necesitan del protagonismo porque al nacer Dios les puso la estrella en la frente.

Todo esto ha servido para recordarme que lo que veo en el periódico, mientras acompaño mi cafecito dominical, es solo papel que aguanta lo que le pongan. Así que hojeando los rotativos y viendo tantos disparates y mogollones, continúo convencida que a mi las copias no me gustan.

Dame siempre “las cosas de a verdad” como decían nuestros jíbaros. A esos aguzaos nadie le daba gato por liebre ni tampoco les hubiera gustado Chinatown.

No hay comentarios:

Publicar un comentario