domingo, 7 de noviembre de 2010

Deseando volver al pasado.

En esta ocasión el tema que me ha puesto a pensar y comparto, son tantas fiestas donde se ha botado la bola fuera del parque. No por la ausencia de glamour o diversión, sino por lo desmesurado de la pretensión y delirios de grandeza entre los asistentes.

Busco entender que nos mueve a colarnos, formar escandalitos si no aparecemos en listas, a llamar y exigir o peor, estar cortesmente invitado y cuando se acaba el cachete del coctelito, salir corriendo como alma que lleva el diablo.

¿O pensamos nadie se da cuenta? ¡Qué finos! Definitivo, … la mona, aunque de seda vestida, sigue siendo mona. Algunos comportamientos parece no los podemos cambiar.

Y es aquí, donde decidí buscar referente iniciando mi proceso de análisis.

Recordé una tradición de nuestra cultura - los casinos – aquellos clubes que la sociedad puertorriqueña institucionalizó en los años de la Restauración (después del 1876 con el regreso de Alfonso XII al trono español). Chic el asuntito este.

Aclaro, los casinos en este particular no se refiere a casas de juego, todo lo contrario, el nombre correcto era Centros de Instrucción y Recreo. El eje central de los mismos la biblioteca donde los socios tenían acceso a todos los periódicos y revistas de la época. Amén de bailes, y otras actividades a tenor con los tiempos. Muy “british”.

La sociedad de entonces estaba claramente demarcada. Existían en los pueblos grandes tres casinos – Casino Español (ó inglés dependiendo la cantidad de habitantes de una u otra etnicidad), el de los blancos y el Casino de Artesanos, donde se agrupaba la raza negra. En los pueblos pequeños dos – blancos y artesanos.

Esto no es lo más importante en esta retrospectiva, lo que sí el respeto al proceso de membresía. El mismo lo regía uno muy serio de “solamente por invitación”. Se respetaba y aceptaba, era imposible pertenecer a todos. Estaba claro. Nadie lo cuestionaba.

El cambio a nuestra sociedad como la conocemos hoy dió inicio en 1936 con la creación de los clubes cívicos como Leones, Elks, y otros.  La transformación la analizó Rosario Ferré de esta manera en su libro  Maldito Amor (1986) cuando dice,

“Entre el Puerto y el Rico, en otras palabras, media nada menos que la transformación de la isla, de una sociedad agraria de inmovilidad feudal,
a una sociedad industrializada en la cual la identidad se encuentra íntimamente ligada al cambio, a la constante transformación”.

En ningún momento nadie le pone claramente el cascabel al gato. Se llama la mala educación.  

Nunca, por nada del mundo, debemos regresar a vivir en una sociedad altamente polarizada y demarcada por factores socioeconómicos. Esto no soluciona el problema.

Basta con ver lo que nos rodea. Si todavía alguien lo duda, sepa es obvio el dinero no da clase, ni estilo, ni buen gusto. ¡Nunca!

Por el contrario, sí la buena educación. Esa que recibes de tus padres en casa cada vez que te inducen a no hablar con la boca llena, a pedir permiso antes de hablar, a no juzgar, a respetar.

Por esto es que deseo volver al pasado. Extraño el Puerto Rico del respeto, de la cordialidad, la amabilidad. Detesto el Puerto Rico de la vulgaridad, la grosería, de la ordinariez.

Aquellos cuya existencia es la más lamentable, la que inventó Sunshine con su frase– “Soy cafre y qué”. Yo, prefiero ser fina ¡y qué!

Ahora mismo busco la tijera para seguir recortando las listas para las fiestas que se avecinan.



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