sábado, 6 de noviembre de 2010

Señora, ¿dónde le duele?

Luego de trabajar un evento, llegué a casa esbaratá. No era para menos, había estado dando más vueltas que un trompo por 7 horas.

En mi camita y a oscuras, con el aire bien friíto, caí en brazos de Morfeo. ¡Ah, que alivio!

La profundidad de mi sueño se vió interrumpido de pronto por un bendito dolor en la cintura. Sin remedio y a oscuras, eché mano del frasco de Advil Liquid Gels. Y así, casi sin abrir un ojo, con el vasito de agua me las tomé. ¡Perfecto!

En pleno estado Alfa, unas agujetas en el ciático izquierdo me quitaron la paz. Y ahí, sin remedio y evitando otra vez prender la luz, busqué a ciegas el gel de ibuprofen. Entre despierta y dormida quité la tapa y con buen tempo, me dí un sobo esperanzador.

No tuve que levantarme a lavarme las manos según las indicaciones del producto. Me dolía también la mano izquierda de tanto textear, por lo que aproveché el 2 x 1, entiéndase, sobo simultáneo en mano y nalga izquierda. ¡Me vino de perilla! Casi casi sumida en una coma de aspirina, retomé el sueño.

Ya de mañana, menos estropeá, me levanté para descubrir tenía los tobillos hinchados. ¡Malditos Louboutins!, bueno, “con un sobito esto lo bajo”, dije. Estoy obsesionada con tener siempre los tobillos finos por aquello que mi abuela repetía, “mujer de tobillos gordos es hija de campesinos”. Yo, por supuesto, siempre descendiente de realeza. ¡Nada más faltaría!

Busqué mi cremita de Origins “Leg Lifts” y comenzé un dale que dale pie, tobillo y pierna que surtió efecto. Como eso de que el cansacio se combate a fuerza de descanso, regresé a mi cunita. 

Dando gracias a Dios por ser fin de semana, de vuelta a descansar pero con las piernas levantadas para ayudar a la circulación. Ya relajada gracias a Vanity Fair, mi paz la interrrumpió un cantazo eléctrico en la rodilla izquierda. ¡Ay, madre!, esto parece no tener fin. Pero… para esto están los “ice packs”. Cojeando un poco, caminé a la cocina y en el freezer, bien congeladitos, ¡mis bolsitas azules!

Ok, de vuelta a la cama. Piernas levantadas, hielo en la rodilla, todo bajo control. Hum, y ¿este tirón en la cadera? Revisando las indicaciones del gel y mirando el reloj, constaté habían pasado 4 horas por lo que pude re-aplicarlo. Oye, que hay que ser cauteloso para no terminar como algunas estrellas de Hollywood...

En mi lucha contra el dolor, llegó el masajista que sin darme alternativa había tenido que esperar hasta el “weekend”. Confirmé una vez más aquello que dice, “Dios sabe porqué hace las cosas”. Así y disimulando calma, lo dejé entrar.

Dándome su background y explicando su sistema para dar masajes, introducción de rigor para nuestra primera sesión, me preguntó, “Señora, ¿dónde le duele a usted?”. Y yo tranquila, tragando gordo, le respondí, “Caballero, a mí me duele desde la cabeza hasta la misma punta de los pies”.




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