sábado, 13 de noviembre de 2010

Lo dijo Pedro Navaja – La vida te da sorpresas.

Escuchaba con interés a un hombre de éxito ofrecer una conferencia. Más bien, motivadora y esperanzadora para un público deseoso de saber su historia.

La publicidad había sido efectiva. La sala estaba llena a capacidad, y se respiraba entusiasmo. La audiencia estaba compuesta igualmente por hombres y mujeres, quienes junto a los organizadores, estaban claros el orador no defraudaría.

Guapísimo como de Hollywood y con una sonrisa impresionantemente bella, sorprendió por su sencillez. Esperaba un individuo de presencia distante y tal vez arrogante. Me había equivocado. Era todo lo contrario, ¡de show!

La charla se centró no solo en la virtud de trabajar duro, sino en la importancia de identificar necesidades y sin temor, aprovecharlas para brindarles atención inmediata. Había que sentir “el dolor” del otro, expresión que usaba para identificar “necesidad de prestar servicio”. Aclaro, no era médico ni curandero de espíritu.

Compartió sus conocimientos mientras reflejaba sencillez y don de gentes. La continua mención de sus padres y cuan importante había sido el ejemplo y valores de ellos, resultaba encomiable. Fue tejiendo su historia de sacrificio, disciplina, y dedicación que no dejó a nadie indiferente. Ni a mi.

Aquel hombre llevaba una vida tan centrada en su carrera que no tenía ni un periquito. Me imaginaba su casa tan estéril como el apartamento de George Clooney en “Up in the air”. Su vida estaba centrada en el trabajo. Menos mal que nos dejaba saber continuamente el apoyo de sus padres y la “familia” profesional desparramada por el mundo. De lo contrario, lo hubiéramos querido adoptar.

La interacción directa con la audencia una vez bajado del podio, continuó. Esto permitió ver cuan cercano y accesible resultaba. Dedicó todo el tiempo del mundo a los que se acercaron deseos de saber un poco más para inspirarse a triunfar. Este hombre se merecía todo el éxito que había logrado, y mucho más.

Al despedirse fue igual de amable y respetuoso. No dejó a nadie indiferente. “Pues mira por donde, me dije, todavía quedan hombres trabajadores, educados y encima, disponibles en Puerto Rico”.

Recomendé a mis amigas no botar su “business card” ¡era un prospecto excelente! A este había que incluirlo “rush” en las listas para los parties. Excelente, “just in time for Xmas".
  
Par de días después, una amiga que organizó la conferencia me contó el resto de la historia. El hombre perfecto se derrumbó estrepitosamente.

Durante la conferencia había prestado tanta y tanta atención a los participantes que pudo identificar una chica universitaria que le entró por el ojito derecho. 

Sin encomendarse a nadie, llamó, texteó, envió emails, dio seguimiento incesamente hasta que obtuvo el nombre y entró a Facebook para hacerse su amigo. Hizo uso de las mismísimas estrategias que había desarrollado para su vida de éxito profesional vertiginoso.

Lo que se le pasó fue que en el aspecto personal, a las personas les rigen otros valores. Entre un hombre en sus “40 plus plus” y una chica de “college” hay un abismo de diferencias. Se llama respeto, decencia y dos dedos de frente.

¿Qué pueden tener en común si les separan al menos dos vidas? ¿La promesa de ven a mi casa a cenar y tomar champagne? Hellooooo, al tipo se le quemó el cerebro en alguna de la miles de cabinas “First Class” en que se ha montado.

El conferenciante de éxito, el motivador por excelencia, nos ha dejado saber bien claro porqué no tiene ni un periquito y porqué lo quieren solo sus papás. En su prisa por correr por el mundo a resolverle “el dolor” a otros, perdió la brújula y se equivocó.

Enseguida llamé a mis amigas y les dije quemaran su business card porque todo lo que brilla, definitivamente no es oro.   

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