martes, 19 de octubre de 2010

La reina de las cremitas

Siempre he sido averiguadita….curiosa si quiero ser más fina…o como dije ayer, metiche. Este hábito dio pie a lo que hoy cuento.

Tenía una compañera de curso – así decíamos la niñas  bien criadas de entonces – que solía invitarnos muy a menudo a su casa. Aparte de ser buenas amigas, yo era fanática – en silencio - de su madre. Hoy, lo sigo siendo a diferencia que ella lo sabe.

La encontraba súper guapa, estilosa, coqueta y mega “accomplished”, precursora de la mujer de hoy. Como había confianza, me permitía usar su baño cuando visitaba.

De todas las veces y por casualidad, un día descubrí un “arsenal” de  cremas en su baño, muchas más que las disponibles en los counters de Velasco. Dios mío, ¿pero una tenía que usar todo eso para no ponerse vieja?

No pude controlarme. Fui pote por pote. Redondos, cuadrados, altos, grandes, chiquitos…en francés…español…inglés. Ignoraba en el mundo existían tantas Madame esta o Condesa la otra, y par de Princesas también disponibles para bautizar cremas. Me enteré que Hèlene era un nombre que se repetía con diferentes apellidos – Rochas, Rubinstein. Hasta entonces la única Hèlene que conocía era Elenita, la secretaria de mi abuela Antonia.

Por primera vez supe que la crema para la cara no servía para el cuello. No, no y no, había una para el cuello en particular que no podías usar para el escote. Para este, había otra especialmente formulada. La de los codos por supuesto no era para el resto del cuerpo…semejante vulgaridad no aplicaba a una mujer tan chic como la madre de mi amiga.

En esas fechas habían lanzado al mercado la línea Vaseline Intensive Care que mami entendía era más que suficiente para todo el cuerpo, exceptuando la cara que le pertenecía a Elizabeth Arden. Ambas llegaban a casa vía el mensajero de la Farmacia Marilú. Y para de contar.

El desbalance en inventario de cremas entre mami  y la madre de mi amiga, lo achacaba a que la mía siempre decía su cutis era grasoso y en este clima, no podía ponerse mucha crema.

Pero mi amiga y su madre también vivían en Puerto Rico …no lo tenía claro pero ahí quedó.

La colección de cremas de la madre de mi amiga se quedó corta al lado de la de “yours truly”. Mi ritual de “belleza” diario responde a los avances tecnológicos de última generación en mi lucha incansable contra ponerme vieja.

Crema para hidratar los ojos, crema para bajar la hinchazón de los ojos, suero para la cara, crema hidratante para la cara, crema reafirmante para el cuello, crema para suavizar el escote que debes correr hasta los hombros, crema para los codos que por supuesto, es diferente al “body lotion” y a la formulada exclusivamente para los pies. ¡10 cremas!

Por la noche, crema limpiadora, aceite para remover el maquillaje de los ojos, tónico, y las 10 cremas recomendadas exclusivamente para la noche. ¿Y dan resultado? ¿Vale la pena la inversión? ¿Son más efectivas las europeas porque el FDA no joroba a los fabricantes?

¿Cuáles tienen mayor cantidad de ácido hialurónico y fomentan la producción de colágeno – las formuladas por famosos cirujanos plásticos o las que responden a una investigación bajo la tutela de un científico? ¿Las de Walgreens o las de Bergdorf?

Soy la reina de las cremitas. Sigo los pasos en pos de “anti-aging” que copié de la madre de mi amiga. Tiene la misma edad que mami y se ve mucho mejor. Los cientos de dólares que invierto constantemente valen la pena,  además del tiempo necesario para la piel absorba cada una de las cremas. ¿O piensas que una se embadurna? No, por esto se llama ritual.

Todo ha funcionado de lo más bien y por aquello de buscar un freno adicional al paso del tiempo, decidí ir a evaluarme para un facelift. El cirujano plástico, guapísimo y simpatiquísimo, me dio el veredicto. “Tilde”, dijo, “No tienes arrugas. Tu problema es que has perdido definición por la falta de colágeno”. ¿Cómo? ¿Entendí bien?

¡Malditas cremas! ¡Sea la madre de todos los científicos, de los artículos de Vogue y de las muestras de Bergdorf! Ahí estaba. En español y mayúscula. Había perdido la batalla para no ponerme vieja. El paso del tiempo me había derrotado. Ponce de León fue vecino nuestro en Villa Caparra pero lo único que dejó fueron ruinas. Igual que mi cara.

¿Y la madre de mi amiga, como había burlado el paso del tiempo? Estaba tersa y no “había perdido definición”.

 Las otras noches coincidimos en Bellas Artes y decidí preguntarle su fórmula. Nada sorprendida por mi atrevimiento me llevó hacia una esquina y entonces me dijo al oído - “Mi secreto Tilde, es un gran cirujano plástico”.

Acabo de abrir mi mueble del baño. Estoy tirando al zafacón todas las benditas cremas al son de improperios…Voy camino a Walgreens a comprar Crema Ponds.

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