miércoles, 13 de octubre de 2010

Un poco de Lucky en todos

Par de domingos al mes me toca llevar a almorzar a mami con mi tía Matilde. La última vez que salimos noté un satito merodeando por el jardín. “Este anda buscando casa”, dije. Me despedí sin dar más pensamientos al perrito que graciosamente tenía por patas cuatro botitas blancas.

No es hasta hace unos días que Ana Julia, mi empleada, me hizo la historia de Lucky, el perrito que recogió en casa de mami. Le puso este nombre en honor a la suerte de haber sido rescatado. También compró un collar, cama, comida y trató de armonizar la indignación de su gato Garfield con la llegada del nuevo intruso. Por cierto, no con mucho éxito.

Tan reciente como este sábado Ana Julia llegó llorando porque Lucky había desaparecido. Desconsolada me preguntó como era posible luego de tanto mimo, cuido y esfuerzo. “Los satos son de la calle y no puedes cambiar su naturaleza”, le dije buscando consolarla.

Esta semana de visita para almorzar con “las nenas” noté Lucky estaba de vuelta en Villa Caparra. “Ana Julia que bueno que encontraste al perrito pero ¿por qué esta aquí?”  “Yo no lo traje", explicó. "El se escapó de mi casa que queda bien lejos y estuvo caminando por días hasta que llegó a casa de su mamá”.

¿Cómo rayos ese cachorrito cruzó avenidas, aguantó aguaceros torrenciales, pasó hambre y sabe Dios que más para regresar al lugar había decidido iba a ser su casa? Lucky, como buen sato boricua, posee la cualidades que los ha convertido en los favoritos en Estados Unidos -fuertes, leales, y especialmente, capaces de adaptarse y superar adversidades.

Mirándolo, entendí que aunque el es animal y yo humano, todos tenemos algo de Lucky. Nos abandonan y aunque medio aturdidos buscamos un nuevo norte. Sufrimos maltratos y luego de curarnos las heridas, regresamos a la lucha. Si perdemos el camino de una forma u otra y contra viento y marea, encontramos la ruta del regreso  a casa.

A Lucky no lo amedrentaron carros, truenos o centellas. Quiso regresar al lugar donde se sintió seguro y aunque provisto de otra alternativa, su lealtad a quien le dió cariño y comida a la primera era más importante que la cama y el collar que le habían endilgado. Además, aquí no tenía que pelear a diario. El gato había quedado atrás.

Entre Lucky y nosotros solo hay patas de diferencia – el tiene cuatro y nosotros dos. A su manera ha dado cátedra de lealtad, valor, perseverancia y agradecimiento. Hasta de un satito podemos aprender que vivir en paz y tranquilos no tiene precio.

Como todos Lucky no lo tiene fácil. Todavía no se ha ganado el derecho de pasar del portón hacia adentro y el vecino reniega el perro se adueñe de su marquesina. En fin, a Lucky todavía le falta algo por lograr – aceptación. Sounds familiar?

Me han sorprendido las similitudes entre ese sato y esta. Tenemos mucho en común. El lucha y yo también, no la tiene fácil y quién si, busca que lo quieran y yo ¿no?


   

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